Al contrario que su música, Emir Kusturica es un hombre tranquilo, de movimientos lentos y hablar suave. Su discurso, en cambio, se parece a sus películas: escucharlo equivale a entrar en su mundo de realismo mágico balcánico. De repente cuenta, con su simpático inglés con acento serbio, que está construyendo una ciudad real a partir de una de ficción descripta en la novela Un puente sobre el Drina , de Ivo Andric, Premio Nobel de Literatura. La ciudad, dice, será de piedra, tendrá aspecto antiguo y estará a orillas de ese río, que divide Serbia de Bosnia. Ya tiene experiencia: a 35 kilómetros de ahí construyó Küstendorf, la aldea en la que vive y donde filmó La vida es un milagro . Ahí, en las afueras, tiene un cementerio de películas malas.
¿Cuál es la última que enterraron?
Es siempre Bruce Willis. Cualquier cosa que haga, lo enterraremos.
Pero hizo una película buena: “La muerte le sienta bien”.
No lo creo. En el pasado, cuando era estudiante, yo aprendía de Hollywood. De Capra, Lubitsch, Hitchcock. Era un lugar central. Hoy Hollywood esparce mal olor en el mundo. Es una propaganda pesada que no podemos soportar. Este tipo, el “Duro de matar”, es el que pelea contra los comunistas y gana. Lo odio.
¿Cómo te fue en Hollywood? No estuve en Hollywood.
Sueño de Arizona era un filme independiente, aunque estuvieran Jerry Lewis y Johnny Depp. Era una época en la que yo era un cineasta joven muy popular y todos creían que podría ser utilizado por Hollywood. Pero no.
¿Quisieron llevarte y te negaste?
Debo decir que no hicieron grandes esfuerzos. Tenían mejores tratos que hacer. Soy demasiado libre para ser parte de Hollywood. Es como querer que Maradona jugara en el Bayern Munich. Son percepciones de la libertad muy contrastantes.
¿Te aburriste de hacer películas? Tocás más que de lo que filmás.
Es difícil filmar. Tengo que trabajar mucho para financiar las películas. Pero soy hiperactivo: tengo dos o tres buenos guiones entre manos. Es un error: se los paso todos a mis productores y ahora no saben con cuál empezar. El tema es que no cuido mi carrera. No dependo del cine materialmente, sino espiritualmente. Necesito hacer una película cada dos años. El mundo tiene un millón de películas fáciles de hacer y se producen muchas películas, pero no son mejores que antes.
¿Cuál de tus películas preferís?
No puedo decir que prefiera alguna; tienen estilos muy diferentes. Las primeras dos eran muy calmas, y a medida que fui progresando me metí en la locura. La más complicada fue Underground , pero Gato blanco, gato negro es la que me gusta volver a ver. Cuando prendo la tele o voy al cine, en 15 segundos me doy cuenta de si una película es buena: un buen autor le da su estampa a cada milímetro de su cine.
¿Tu pico fue “Tiempo de gitanos”?
Eso fue hace mucho tiempo. Mi problema fue que seguí haciendo películas. Empecé muy temprano: terminé mi primera película a los 24, y a los 25 estaba ganando Venecia, con Do You Remember Dolly Bell? Lo bueno es que nunca acepté el mundo del cine comercial, en el que la taquilla mide tu futuro. Hace poco vi una revista de 1986 en la que yo hacía comentarios sobre el Oscar. Decía: “El Oscar es más importante para el pueblo yugoslavo que para mí. No me importa un carajo”. Hoy, 26 años después, soy el mismo.
¿Es más facil tocar que filmar?
Es más disfrutable. Te sentás, enchufás tu guitarra, hacés catarsis. Hay una conexión en vivo con el público que nunca tuve en cine. Pero tengo que volver al cine. La cuestión es cómo adaptarme a los cambios y ver cuál es mi lugar. Quiero seguir fiel a mí mismo y hacer mi propia película a cualquier precio. Después veremos si la gente la acepta o no.
Tu música es desenfrenada. ¿Cómo mantienen la energía tan arriba durante dos horas de concierto?
No sé. Mi música es para acróbatas, no para gente normal. Es increíble: llevamos doce años tocando música sin un hit. Todo es popular. Nosotros somos populares. Y nuestra música es terapéutica, es sanadora para nosotros y el público.
En la Argentina hay fiestas balcánicas y bandas de música balcánica. ¿Cómo lo explicarías?
Es que estamos muy cerca de ustedes: lo comprobás si te fijás cuáles son los dos países que usan mayor cantidad de sedantes, y si te fijás cómo ardemos cuando jugamos fútbol y al básquetbol. Hay necesidad de esta catarsis dionisíaca. Es una cultura diferente de la anglosajona, que es muy recta, imponente, creíble, pero no humana. Y tiene estas grandes bandas serias, con un pequeño Bono Vox que almuerza con Bush y esparce su bello llanto cósmico por ahí. Es emasiado egoísta.
No te gustan las estrellas de rock políticamente correctas.
Tienen que serlo: si no, serían asesinadas. Tienen demasiado dinero para ser libres. Si tenés cientos de millones de dólares tenés que ser corporativo. Son parte del sistema. Y todo el sistema está unido: cada país de Europa Oriental donde tocaron los Rolling Stones después entró a la OTAN. Nosotros tratamos de oponernos a eso. En una escala pequeña, pero satisfactoria.
¿Tu banda está fuera del sistema?
Sí, pero no completamente. Lo que pensamos y componemos es absolutamente subversivo. Por eso nunca tenemos un gran éxito: porque no aceptamos las reglas. Y las reglas son muy claras: marketing más ideología más una voz bella.
¿Reconocés alguna influencia de Goran Bregovic en tu música?
No, para nada. El era una gran estrella de rock en la ex Yugoslavia, que llegó a la world music a través de una canción tradicional gitana, Ederlezi , y después se olvidó de que no era de él. Todo lo que hizo después fue rearreglar la música de otra gente y decir que era de él. La música de Sueño de Arizona fue incautada, porque perdió un juicio. Iggy Pop se enojó conmigo porque le di una canción robada para cantar. Bregovic es de esa gente que te invita a almorzar, en el camino al restorán roba tu billetera, paga con tu dinero y, cuando te estás por poner el abrigo, pone la billetera de nuevo en tu bolsillo. Un muy buen hombre.
(clarin)